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Religiosidad en el caserío Buena Vista (Venezuela) (página 2)




Enviado por Marisol Pajuelo



Partes: 1, 2

     Los alcances temporales del estudio
se limitaron en un tiempo
histórico correspondiente a los datos recopilados
a través de la tradición oral de María
Araujo, por lo que se trató de abarcar la realidad desde
la época inmediatamente anterior a la abolición de
la esclavitud en
Venezuela, es
decir desde mediados del siglo XIX.

     Se pretendió reconstruir la
historia de Buena
Vista abordando no sólo el hecho religioso en sí
mismo, sino principalmente relacionándolo con las
condiciones económicas sociales que a través de ese
tiempo histórico conformaron el escenario donde los
pobladores del caserío y los dueños del santo
desarrollaron este culto hasta el presente.

San Rafael de Buena Vista a
través de la historia

     El culto a San Rafael en Buena
Vista se originó a mediados del siglo XIX cuando Rafael
Antonio Garmendia Peraza heredó una parte y compró
el resto de las posesiones La Palma y Buena Vista, y a la vez
adquirió un icono de madera y yeso
(un metro de altura) el cual fue colocado en un nicho en la casa
donde vivía la familia
Garmendia en El Tocuyo. En la hacienda se desarrollaba entonces
el proceso
completo de producción de papelón por medio de
mano de obra esclava en un trapiche de madera movido por agua. Se
poseen datos sobre la condición esclavista de doña
Teresa Rodríguez de Garmendia, quien ya anciana
acostumbraba mandar a cualquier persona
desconocida que transitara frente a su casa de El Tocuyo
amenazando con una especie de látigo que se conoce en la
zona como "mandador", aun cuando desde hacía muchos
años ya había sido abolida la esclavitud en
Venezuela.

Por esta razón la familia hizo
construir una escultura que representaba un ángel con un
mandador en la mano derecha, el cual fue colocado en el mausoleo
de la familia Garmendia al morir doña Teresa. Para esa
época en la hacienda de Rafael Antonio -llamada Buena
Vista luego de la adición de La Palma- ya se había
iniciado el proceso de manumisión de los esclavos
encargados del cultivo y manufactura
del azúcar.
Se conoce que para ese momento la esposa del dueño de la
hacienda, doña Teresa Rodríguez de Garmendia,
organizaba las festividades en honor al santo con el fin de darle
prosperidad a la hacienda y a la familia. No se consiguieron
evidencias
sobre la realización de la procesión del santo
hasta El Tocuyo en este período inicial del culto.

     Posteriormente Gualberto Garmendia
Rodríguez, hijo de Rafael Antonio, compra y hereda los
derechos de esta
hacienda así como el santo, y junto a su esposa Rafaela
Rivero de Garmendia conservan la imagen en una
habitación de  esta misma residencia exclusivamente
reservada para este fin, y allí lo mantienen en su nicho
con velas encendidas. Para ese entonces en la hacienda estaba
sucediendo la transformación de los manumisos en peones
"papeleteaos".

A raíz del terremoto que sacudió al Tocuyo en
1950, la familia se traslada a Barquisimeto y allí
comienzan a realizar una pequeña procesión del
santo desde la nueva casa hasta la iglesia San
Juan, ubicada a escasos metros, lugar donde se realizaba una misa
el día del santoral. El doctor Gualberto, abogado en
ejercicio, había engendrado ocho hijos, entre los que
interesa destacar a José Rafael. Las relaciones de
producción comienzan a cambiar y los peones "papeleteaos"
pasan a ser peones agrícolas.

     Es importante señalar
aquí cómo se desenvolvió la realidad
económica social de los esclavos. En el seno mismo de la
transformación económica que modificó las
relaciones  sociales de producción de las 
plantaciones azucareras de toda la región tocuyana, en el
siglo XIX había surgido por parte de la clase
terrateniente la necesidad de resolver el problema de la mano de
obra, ya que los esclavos representaban una limitación
tanto para la tecnificación de la producción
azucarera como para  el establecimiento del sistema
capitalista.

Comenzó a darse así un largo proceso 
promovido por la  misma clase dominante con el
propósito de abolir la esclavitud en Venezuela. Este
proceso como tal buscaba el beneficio material de sus
promotores  a través de un decreto de
manumisión. Este decreto significó una
abolición gradual que permitió a los hacendados
deslastrarse  de la carga que representaba una mano de obra
sin valor como
fuerza de
trabajo, y a
la vez les aportó beneficios económicos directos,
mientras podían continuar ejerciendo su dominación
sobre la población esclava en proceso de
liberación.

A través del tiempo los manumisos se transformaron en
"peones papeleteaos" mediante un mecanismo de coerción
extraeconómica manejada por los terratenientes. Esta
consistió en el enfeudamiento de las relaciones de
producción a través de la llamada "…carta
de libertad 
necesaria para transitar por el
territorio nacional y hasta para trasladarse de un lugar a otro.
El manumiso que no la portara consigo o no demostrara tenerla,
era aprehendido y remitido a su amo. Muchos amos
manumitían a sus esclavos pero tardaban en entregar la
carta (o papeleta) de libertad  para retener a los
manumisos en sus plantaciones…"(Brito, 1985: 280). 
La Ley de
abolición de la esclavitud sancionada en 1854 no se
tradujo en la libertad inmediata de los manumisos, sino que por
el contrario, continuaron dependiendo de los terratenientes como
peones agrícolas, lo cual venía a significar
"…la reaparición de la esclavitud disfrazada de
peonaje. Mediante anticipos que habían que
rescatarse  trabajando, y que se traspasaban de
generación en generación, el peón y no
sólo él sino toda la familia, pasó a ser de
hecho, propiedad de
otras personas…" (Brito, op.cit.:392)

     En el caso que nos ocupa encontramos
datos concretos de este largo proceso en la tradición oral
de María Araujo, "Ía", quien descendía de
los manumisos Ño Goyo y Ña Goya, hijos de esclavos
de la hacienda Buena Vista. Según Ía, sus
antepasados manumisos no poseían apellido, pero al nacer
su primera hija deciden llamarla Cruz, quien al unirse a Eladio
Araujo adopta el apellido de su esposo y lo va transmitiendo de
generación en generación a través de las
mujeres (genitograma con esquema matrifocal a diferencia del
esquema patrifocal de la familia Garmendia). Es interesante
acotar aquí que de la herencia material
que los esclavos traspasaron a los manumisos Ño Goyo y
Ña Goya, la señora Ía conserva un budare muy
particular y antiguo que perteneció a los esclavos de
Buena Vista y que heredó de su abuela Mercedes Araujo
junto con la tradición oral que le ha permitido
reconstruir hoy su historia.  Además se
encontró que José Natividad Araujo, tío de
Ía,  escapó de la hacienda cuando decretaron
la abolición de la esclavitud definitiva, porque
creía que a pesar de la ley iba a continuar siendo
propiedad de sus patronos, tal como ocurrió con su hermana
Petra Araujo, quien trabajó para doña Teresa de
Garmendia y luego fue traspasada a su hija Magdalena hasta que
murió sin recibir asistencia médica a consecuencia
del tétano que contrajo a raíz del ataque de una
mascota de la hacienda.

     En la vida económica social de
entonces los terratenientes y los comerciantes formaban la clase
dominante "…capital
usurario y latifundio, conferían a sus propietarios el
derecho a situarse en el vértice de la pirámide
social…"(Irazábal, 1974: 46). La región de
El Tocuyo, incluyendo la hacienda Buena Vista, representaba
exactamente este panorama social en función
del régimen económico feudal establecido para
propiciar "…el separatismo, la disgregación y la
autonomía local…"(Irazábal, op.cit.: 64) que
devino posteriormente en la guerra
federal. En Buena Vista se entrevistó al señor Juan
Crisóstomo Colmenárez, quien era el pulpero del
caserío desde la época del Dr. Gualberto. El
señor Juan, fallecido en 1996, informó que los
dueños de la hacienda pagaban por adelantado los salarios de los
peones en especies de su pulpería. Además de esto,
el señor Juan colaboraba directamente con José
Rafael Garmendia fungiendo de "encargao del santo" y tenía
la responsabilidad ad honorem de cuidar del santo y la
capilla.

     La situación económica
social que se ha descrito se mantuvo hasta que se
estableció plenamente  y como era  de esperarse,
el sistema capitalista; pues ya estaban colocadas las bases del
beneficio  económico  que aportarían a la
clase dominante la modernización del sistema productivo y
la mano de obra asalariada. En la región tocuyana se
inicia esta modernización con la construcción del central de beneficio
azucarero Río Tocuyo, lo cual provoca la
eliminación de los numerosos trapiches de las haciendas.
De esta manera la realidad social aparentemente se democratiza
con la promulgación de la Ley de Reforma
Agraria (1960) que da el derecho de
propiedad limitada a los campesinos pisatarios de las
tierras. Ante este hecho en la hacienda Buena Vista los peones
son trasladados hacia los campos yermos no cultivables ubicados
en el margen de los predios del entonces dueño José
Rafael Garmendia.

Mientras esto sucedía se transformaba la región
de Buena Vista por la construcción de la represa Dos
Cerritos. El Gobierno Nacional
procedió entonces a enajenar las tierras que serían
inundadas y a cancelar las indemnizaciones correspondientes a sus
propietarios. Aquellas haciendas que fueron adquiridas por
el Estado y
cuyas tierras no llegaron a ser alcanzadas por las aguas fueron
repartidas a los obreros y  campesinos de la zona, a
excepción de la hacienda Buena Vista que parcialmente se
anegó, pero cuya área no inundada continuó
ocupada y explotada por José Rafael Garmendia y su familia
hasta 1990, año en que fue nuevamente vendida por varios
millones de bolívares.

     Ahora bien, desde su infancia
José Rafael Garmendia Rivero comenzó a participar
en los rituales que sus padres realizaban en honor a San Rafael y
este hecho sería determinante para que posteriormente
él fuera el propulsor de la procesión que
todavía hoy se observa en la región de Buena Vista.
Al morir Gualberto Garmendia, su esposa Rafaela hereda la mitad
de la hacienda y sus hijos la otra mitad, pero ya José
Rafael se dedicaba a su administración, por lo que es entonces
cuando compra todos los derechos a su madre y hermanos. Se poseen
datos en relación a esta transacción, en el sentido
de que JRG engañó a sus hermanos para despojarlos
de sus derechos sobre las tierras a cambio de una
cifra insignificante, ante lo cual, al morir doña Rafaela
los hermanos de JRG lo demandan legalmente.. Cabe mencionar que
Gualberto Garmendia legó a otros dos de sus hijos varones
sendas haciendas colindantes a Buena Vista.

     Para el momento en que José
Rafael Garmendia (en adelante JRG) se posesiona de Buena Vista,
se estaba enraizando el peonaje de los antiguos peones
"papeleteaos". JRG construye la capilla en la hacienda y traslada
la imagen de San Rafael que se encontraba en la casa de su padre
en Barquisimeto. Desde ese entonces JRG comienza a pagarle el
día a los obreros de la hacienda para que lleven el santo
en hombros hasta El Tocuyo y asistan a la misa luego de haber
distribuido entre ellos carne de un toro criado y sacrificado
para este fin, así como suficiente tela (dril) para que se
confeccionaran la vestimenta que debían utilizar durante
la procesión.

     Es interesante señalar que
José Rafel Garmendia representaba un papel de
pequeño caudillo en la zona donde estaba ubicada la
hacienda Buena Vista. Engendró en mujeres campesinas
numerosos hijos que nunca reconoció legalmente, aparte de
los dos grupos de
descendientes que procreó en las dos mujeres con las que
mantuvo vida marital, y a quienes reconoció legalmente, a
pesar de que el código
civil de la época lo prohibía porque un
grupo de ellos
no fueron concebidos dentro del matrimonio.

     Toda esta  explicación es
útil para comprender que con la modificación de las
relaciones sociales de producción que aconteció en
la región tocuyana, la caña de azúcar ya no
se va a producir sobre la base de la  esclavitud, sino sobre
la base del peón agrícola asalariado. Sin embargo,
la caña posee la particularidad de que continúa
siendo un cultivo de plantación que necesita mano de obra
numerosa y por lo tanto barata, y que además su
producción se distribuye de manera tal que el mayor
porcentaje del valor creado es usufructuado por el propietario de
los instrumentos de producción (léase hacendado).
Esta distribución desigual entre este
último y los trabajadores necesita el establecimiento y
desarrollo de
una ideología que garantice la permanencia de
estas relaciones de producción.

     En este sentido, "…la clase
dominante (terrateniente) se ve conducida a representarse y
presentar sus intereses materiales
particulares como ideas religiosas, principios
sagrados, o como el efecto voluntario o necesario de seres y
poderes sobrenaturales igualmente sagrados. Así aparece su
propia dominación como un poder divino
emanado de Dios…, las relaciones sociales de
producción se presentan como el orden establecido por Dios
(o los santos)…, los éxitos son dones del cielo y
las derrotas castigos del Señor… Estas ideas, tanto
que ideas de la clase económicamente dominante, se
convierten pronto en la ideología dominante de la sociedad de
que se trata…"(Maduro, 1977:167).

     Para el caso concreto de
San Rafael en Buena Vista, la representación
ideológica dominante de la familia Garmendia manifestada a
través del santo viene a proteger los intereses materiales
de José Rafael Garmendia y su familia, y se expresa como
religiosidad sobre la base de la tradición religiosa de
esa sociedad, vale decir, sobre la devoción a los santos
católicos.

     Con relación a la
tradición religiosa se puede señalar la siguiente
explicación suministrada por el análisis de Maduro: "…la existencia
de potencias naturales y sociales de origen y desarrollo ajenos a
la voluntad de los hombres, desconocidos y parcialmente
controlados y en los cuales se participa fragmentariamente (tales
como el desarrollo de las fuerzas productivas; el desarrollo de
un mercado mundial;
el desarrollo de las relaciones de producción,
distribución, intercambio y consumo; el
desarrollo del poder del estado; el
desarrollo de la fuerza y sustantivación de los propios
intereses, etc.); sumadas estas potencias, con las
características señaladas en cuanto a su origen y
desarrollo, a la existencia de relaciones opacas, oscuras,
mediatas, limitadas y llenas de trabas; todo esto crea -de
acuerdo al materialismo
histórico- el terreno propicio para la aparición y
difusión de ideas religiosas, de creencias en seres sobre
naturales y en potencias sagradas, de representación de
una dependencia con respecto a esos seres y potencias, del deseo
de congraciarse con ellos, del desarrollo de formas de conducta
ilusoriamente surgidas de la voluntad de tales seres, de la
transposición ideológica de los intereses,
actividades y relaciones materiales en seres e ideas de
índole religiosa…"(op.cit.:166-167).

     Se puede deducir entonces que la
instauración inicial de este culto en la época de
Rafael Antonio y Gualberto Garmendia, previo a la definitiva
liberación de los esclavos, manumisos y peones
"papeleteaos", no tuvo una importancia muy significativa para los
amos de la hacienda, por cuanto las condiciones de
dominación y poder eran ejercidas a través de los
instrumentos legales que la misma clase dominante había
incentivado para este fin. Por tal motivo el culto a la imagen
que Rafael Antonio adquirió a mediados del siglo XIX se
limitaba a los rituales que los integrantes de la familia
realizaban con el propósito ya mencionado de representar a
sí mismos y a los peones y pobladores del caserío
Buena Vista sus propios intereses materiales como ideas o
principios religiosos.

     Ahora bien, se entiende que al
cambiar las condiciones económicas sociales del
país y propiciarse el surgimiento y desarrollo de la clase
trabajadora asalariada, José Rafael Garmendia, para ese
entonces dueño de la hacienda más ya nó de
sus peones, necesitó idear un instrumento que le
permitiese mantener su dominio a
través de la adhesión espiritual de los
trabajadores a sus intereses particulares representados como la
voluntad divina de San Rafael, es decir como lo bueno, lo
sagrado, lo bello; con el propósito de continuar
usufructuando del trabajo de los obreros sin perturbación
alguna. De esta manera José Rafael Garmendia utiliza la
imagen de San Rafael y la tradición religiosa que
había heredado de su padre y su abuelo como instrumentos
ideológicos de dominación al involucrar a los
obreros en los rituales de veneración al santo con el
propósito de hacerles percibir que patrón y obreros
eran  hermanados bajo la misma creencia hacia un santo
benefactor común, y mientras la fuerza productiva fuese
cada vez mayor, todos recibirían la protección del
santo y el beneficio material correspondiente. Sin embargo, no
hay que olvidar que la realidad mostraba que la casi totalidad
del valor creado por el obrero, como se ha dicho, era reservado
para el hacendado. Esto queda evidenciado fehacientemente al
observar las condiciones de marginalidad y
pobreza
crítica
en que actualmente viven los pobladores del caserío, donde
prevalece la ausencia de servicios
públicos, carencias entre las que llama la atención el sistema de aducción de
aguas blancas por cuanto el caserío está ubicado en
la ribera oriental de la mayor reserva de agua del estado
Lara.

San Rafael y los
pobladores de Buena Vista hoy

     Ya se ha dicho que la hacienda Buena
Vista dejó de pertenecer a la familia Garmendia desde
1990. José Rafael Garmendia envejeció y
enfermó hasta morir en su casa de El Tocuyo. La
administración de la hacienda era ejercida por uno de
sus yernos, Segundo Medina, quien tras la muerte de
José Rafael convence a los herederos para que cedan sus
derechos a la sociedad
anónima "El Temperito", representada legalmente por
él mismo. La familia Garmendia nunca percibió
el dinero de
la venta realizada
por Segundo Medina. Mientras tanto acontece que los pobladores
del caserío invaden los terrenos de la hacienda al conocer
la ilegalidad de la tenencia de la tierra,
pero son desalojados y encarcelados por las autoridades de El
Tocuyo. En poco tiempo y a raíz de esta situación
la hacienda es nuevamente vendida a una de las familias
más poderosas de Barquisimeto.

     Por otro lado, la imagen de San
Rafael permanece en la capilla y los nuevos propietarios se
niegan a asumir la responsabilidad de la procesión, ante lo
cual la viuda de JRG decide donarla al caserío, por cuanto
la situación económica de la familia Garmendia no
les permitía acarrear con los gastos. Por su
parte los líderes políticos oriundos del
caserío y residenciados en la ciudad, miembros de la junta
de vecinos de Buena Vista, aceptan la donación del santo,
prometen construir una iglesia fuera de los predios de la
hacienda y se dedican a organizar las fiestas patronales en honor
a San Rafael Arcángel, ahora patrono del caserío.
Los pobladores continúan llevando en sus hombros la pesada
imagen a través de los veinte kilómetros que los
separan de El Tocuyo para recibir el beneficio del
entretenimiento (música de miniteca y
bebidas alcohólicas a precios
accesibles provenientes de una empresa
transnacional de licores que se dedica a promover y auspiciar el
evento).

     Esta realidad deja entrever que
nuevos intereses particulares han retomado la herencia religiosa
que la familia Garmendia impuso a los habitantes del
caserío con el propósito de reinterpretarla de
acuerdo a sus tendencias y posibilidades, es decir
políticos y empresarios han expresado tales intereses en
un lenguaje
religioso a través del cual  es factible
traducirlos  de una manera socialmente significativa y
aceptada por los pobladores de Buena Vista, logrando de esta
manera representar sus intereses  en forma ideal y a la vez
convertir al Santo en un medio para alcanzar los objetivos de
dominación ideológica y material.

     Por último resta afirmar que
durante el desarrollo mismo de la procesión que se
observara durante cuatro años consecutivos, los pobladores
de Buena Vista se limitaron  a cargar la imagen hasta El
Tocuyo y viceversa, sin rezar, cantar, ni  expresar ninguna
manifestación de religiosidad. Asimismo, durante las
numerosas entrevistas
que se realizaran a lo largo del mismo período, no fue
posible obtener afirmaciones concretas sobre la fe de los
pobladores de Buena Vista hacia la imagen de San Rafael de la
hacienda.

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Autor:

Marisol Pajuelo

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